21 ago 2010

Las muertes de Roger Munier (1923-2010)


Hoy tuve noticia de la muerte de Roger Munier, acaecida el 10 de agosto. "El escritor Roger Munier, traductor de Martin Heidegger y Octavio Paz y especialista de Arthur Rimbaud, falleció el martes a la edad de 87 años", decía la nota más difundida en mi Google.

Es curioso -aunque no raro- que la nota de óbito recordara al escritor en su faceta de crítico y traductor, es curioso porque en su vasta obra figuran destacadamente títulos de poesía (¿por qué no se aludía en primer lugar al Munier "poeta"? A mí la noticia de su muerte me hizo pensar un instante en una frase de Cocteau: "la muerte de un poeta es algo muy grave, porque un poeta es algo más que un hombre"). Pero en el fondo no es raro porque, quizá como de pocos, se podría decir de Munier que como autor fue un auténtico autor (Barthes, Foucault, Agamben), o sea, alguien que en su escritura no podía hacer otra cosa que desaparecer.

Sabía mejor que nadie (Munier "traductor") que toda palabra es palabra de otro, y también (Munier "poeta", Munier "hombre") que el yo como unidad es una ilusión ("Además de mí mismo, estoy yo"), que el ser completo, total, es inexistente pues se está siempre dividido a la vez que se es un yo en un sujeto que, cuando es, no es sino el efecto de una alteridad. Porque sabía (con Nerval y Rimbaud) que "Yo es otro", que para ser se ha de ser Otro (Paz), y que la palabra -por tomar su función del campo del lenguaje- eclipsa al sujeto y lo engancha a la pérdida- a la vez que es el único medio que éste tiene para aparecer, para extraviarse en los callejones del sentido y llegar siempre tarde al encuentro del Otro (en un "habrá sido", el futuro anterior del que hablaba Lacan), a exhibirle, a entregarle -por ser hablante- su carencia de ser.

Roger Munier sabía (Munier "escritor") que todo decir se despliega sobre un fondo de indecible, que es decir de un imposible que no cesa de no escribirse, porque lo que es no se escribe. ("La escritura es una fiebre a propósito de las cosas, que en el fondo no dice sino la fiebre, no las cosas"). Tal vez por eso pensaba que la escritura, cuando es verdadera escritura (literalización del sujeto), conduce a un fading, a una desaparición. ("La verdadera escritura se sustrae ella misma de ella misma, continuamente. La última palabra la ratifica, desapareciéndola").

Desaparecido de entre los vivos ("Muerte... por fín abriré a mí mismo los brazos"), ¿cómo se recordará a Roger Munier? ¿Como un "poeta del pensamiento", alguien que hizo algo tan raro, tan difícil de lograr como un encuentro feliz entre poesía y reflexión filosófica? (Munier "poeta", Munier "filósofo",  "Munier traductor y amigo de Heidegger", Munier "traductor de Octavio Paz"). Tal vez sería válido recordarle como un hombre que quiso escribir en la sombra, pero cuya palabra, malgré lui, no pudo escapar de la luz. En su obra, la voz del sujeto que escribe parece surgir de cierto claroscuro, y proyectar sobre las cosas cierta luz que las mete en la sombra ("La vida destruye la vida. El pensamiento destruye el pensamiento.La realidad destruye la realidad") Así me lo ha parecido al volver a  leer sus... ¿aforismos?, destellantes cinceladas de pensamiento, chispazos de fulgurante poesía que en el fondo quizá no son poesía ni filosofía, sino fragmentos, voces escandidas de una obra que -como decía otra entrada en mi Google- "imita al mundo en su repliegue. Como él, resiste a cualquier interpretación, pues es llamada que exige y reclama una escucha".

Esto último me hizo pensar que la obra de Roger Munier se aproxima en algo quizá más íntimo, más secreto, a la experiencia del psicoanálisis.

Aquí unos fragmentos más, que tomo "casi" al azar de su libro Fulgores:

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La luz no muestra las cosas como son. Las reviste, se diría que las viste, para que se les vea. Sin este vestido no serían visibles. Pero no son este vestido.

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Todo lo que es signo o maravilla acaece como antes de acaecer. Admirablemente se precede.

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Pensar, cuando escribo, que ya escribo en una lengua muerta.

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Escribir a la manera en la que todo se hace: como una pérdida.

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Lo posible embaraza lo real, lo estorba. Y, mezclándose, lo diluye extrañamente, lo irrealiza.

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Hago lo que quiero. Pero, haciéndolo, no hago sino querer lo que me hace.

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El sentido está en éxodo, a través de todos los sentidos.

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El ser no dura sino mediante el hacer, que lo oculta.

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Más de lo que es, el hombre es lo que podría ser. Ese poder ser destroza su ser, y finalmente le impide para siempre ser lo que podría ser.

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No tengo recuerdo, solamente memoria.

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Todo lo que dura está en estado de pérdida.

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Escucho lo que no dices.
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Intentar saber como lo que no se sabe -lo que no se sabe-

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El real extrañamente se interpone entre nosotros  mismos y lo real.

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Cuando pienso en mí en el pasado, no es en mí en quien pienso, es en el pasado.
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¿Sufres? No. Algo se ha desgarrado en el tejido de las cosas. Y eso pasa en tí.

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No somos sino palabras, pero a nosotros algo nos calla.
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Toda palabra que dice: hablo, soy yo, no habla, dice solamente: soy yo.

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Cuando digo: el mundo es real, cuando lo digo, ya no es verdad, pues lo real no puede ser dicho.

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Lo que amamos en la verdad no es la verdad, sino que ella sea la verdad.

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La existencia, y más que la existencia: el ser, todo ser, es un encerramiento.
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La verdad no es la realidad. La verdad no es "real". No hay verdad en la realidad. No hay sino la realidad.

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La vida tiene un término: la muerte. Pero la muerte tal vez no tiene término... Tal vez no se termina nunca de morir.
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Todo fin es triste, aun aquel de lo que es triste, como fin.


(De: FULGORES, México, Premiá,  1988, trad. de Marco Antonio Campos)

15 ago 2010

Bertrand Russell sobre el psicoanálisis


Del Diccionario del Hombre Contemporáneo, de Bertrand Russell (1872-1970), copio la entrada correspondiente a Psicoanálisis:

El psicoanálisis aunque indudablemente tiene sus exageraciones, e incluso sus absurdos, nos ha enseñado muchas cosas verdaderas y valiosas. Existe el viejo dicho de que "si se expulsa a la naturaleza con una horquilla, vuelve de todas maneras". Pero el psicoanálisis ha proporcionado el comentario a este texto. Ahora sabemos que una vida excesivamente llevada contra el impulso natural dará lugar probablemente a efectos de tensión, probablemente tan malos como el entregarse a los impulsos prohibidos. La gente que vive una vida antinatural se suele llenar de envidia, de malignidad y de falta de caridad.

Se piense lo que se quiera del psicoanálisis, hay un punto en el cual está indudablemente en lo cierto, y es en la enorme importancia que da a la vida emocional. Si el desarrollo emocional se realiza bien, el carácter y la inteligencia se desarrollan espontáneamente. Por lo tanto, el educador científico debe dirigir su atención principalmente a las emociones.

Para nuestros fines, el descubrimiento esencial del psicoanálisis es el siguiente: que un impulso inhibido, por métodos objetivistas, para que no halle expresión en la acción, no muere necesariamente, sino que queda soterrado y encuentra una nueva salida no inhibida por la educación. Con frecuencia, la nueva salida es más dañina que la evitada, y en todo caso la desviación supone perturbaciones emocionales y gastos de energía sin provecho.

El psicoanálisis, como es sabido, es, primordialmente, un método de comprender la histeria y ciertas formas de locura; pero se ha descubierto que muchas cosas de las vidas de hombres ordinarios tienen una semejanza humillante con las alucinaciones de los locos. La relación de los sueños, creencias irracionales y acciones insensatas con los deseos inconscientes, ha sido sacada a la luz con cierta exageración, por Freud, Jung y sus discípulos. En cuanto a la naturaleza de estos deseos inconscientes, me parece, -aunque como profano hablo con timidez- que muchos psicoanalistas han sido estrechos de criterio; es indudable que existen los deseos que destacan, pero otros, por ejemplo, los de honores y poder, son igualmente operantes e igualmente susceptibles de ocultamiento.

(De: DICCIONARIO DEL HOMBRE CONTEMPORÁNEO, Tomo Suelto, México, 2003)

Más allá de los pasajes de tono moralizante y pedagógico (tan característico, salvo excepciones, del psicoanálisis desarrollado en las latitudes que habitó nuestro filósofo), no deja de ser curioso que uno de los principales exponentes de la lógica moderna se exprese de la obra freudiana -el psicoanálisis- en términos de "impulsos naturales", "prohibidos", o de "vida emocional", y no llegase a reparar en aquello que Jacques Lacan pondría en evidencia con su lectura de Freud, a saber, que el inconsciente, más que ser un oscuro reservorio de impulsos reprimidos, posee una lógica y una estructura que le son propias, ambas irremisiblemente ligadas al lenguaje. También las palabras de Russell parecen resonar con las de otro fiósofo, Theodor W. Adorno, para quien nada en el psicoanálisis era tan verdadero como sus exageraciones. Y es que sí -aunque ello no sea monopolio del análisis-, la exageración es una de las formas que adopta la verdad en su medio-decir. Pero eso, ciertamente, no parece tan lógico.