29 oct 2009

Presentación de libro


El día
de hoy se presenta el libro Autismo, subjetividad e intervención psicoanalítica, editado por la Universidad Intercontinental. La cita es a las 19:00 hrs. en la librería Gandhi (Miguel Angel de Quevedo).

Compilado por Georgel Moctezuma y Gabriela Martínez, quienes colaboran también como autores, así como Josafat Cuevas y participantes del dispositivo de la clínica "Niño oculto", está conformado por artículos que desde perspectivas diversas abordan ciertas cuestiones clínicas y doctrinarias que plantea el llamado "autismo".

Haciendo un click aquí se descarga en Word el textito: De un significante a otro, uno de los trabajos que aporté a esta publicación.

27 oct 2009

Laurence Bataille

Hijastra de Lacan, única hija del matrimonio de Sylvie y Georges Bataille, Laurence Bataille nació en París el 10 de junio de 1930.

Al igual que su madre, se dedicó al teatro en su juventud. A los dieciséis años fue amante y modelo predilecta de Balthus, gran pintor enamorado de los gatos y las nínfulas. Con él vivió algunos años en la campiña francesa. Sus amigos recuerdan que, pese a rondar los veinticinco, Laurence vestía como una púber (vestidos de encaje, medias a tres cuartos, zapatos de charol), tenía prohibido fumar, beber alcohol y café; apenas la cena acababa el pintor la mandaba a dormir. También dicen que gracias a él obtuvo buenos papeles en el teatro.

Pero Laurence se cansó de la actuación, dejó al pintor, estudió medicina, se casó con un médico y tuvo tres hijos.

Fue miembro del partido comunista francés. En 1960 su militancia en pro de la independencia de Argelia le valió seis semanas de cárcel. Recibía tras las rejas hojas dactilografiadas del seminario de la Ética, que le enviaba Lacan. En especial su comentario sobre Antígona y la rebelión. Una carta a Donald Winnicott, de agosto de ese año, testimonia el sentir de Lacan frente a la posición de su hijastra: "[Laurence] nos ha dado mucho tormento (del que estamos orgullosos), habiendo sido arrestada por sus relaciones políticas. Está libre ahora, sin embargo, seguimos preocupados por un asunto que todavía no está cerrado".

Tiempo después, en la dedicatoria de sus Escritos, Lacan la nombraría: "Mi fiel Antígona".

En 1963 -a un año de la muerte de su padre-, comenzó a analizarse con Conrad Stein. En 1970 inició su práctica como analista. Un día, mientras discutía de teoría con Lacan, éste le sugirió hacer el pase. Sorprendida, repuso que no sabía cómo ni en qué consistía. A instancias de Lacan buscó a Jean Clavreul, responsable del pase en la EFP.

Clavreul no sabía dos cosas: 1) Que era la hijastra de Lacan, y 2) cómo proceder. Por un lado, quien solicitaba el pase no era miembro de la EFP, ni le interesaba serlo. Además Stein, su ex-analista, era miembro titular de la SPP (¿Cómo podría (ella y él) devenir AE?). La solución de Clavreul fue pedirle a Laurence que pidiera ingresar a la EFP, para ver si el jurado (del que él era parte) aceptaba su postulación (jamás precisó, al parecer, si era indispensable o no que fuera miembro de la Escuela para hacer el pase). Ella -obviamente- rechazó esa opción. No obstante, poco después recibió por escrito la noticia de su adhesión. La rechazó. Dijo que prefería pensarlo antes de entrar. Simatos le aconsejó apurarse, ya que el anuario de miembros se hallaba en prensa. En ese entonces (1971), los estatutos que hacían funcionar (o no) los dispositivos de la EFP estaban estipulados, escritos de puño y letra de Lacan, pero se ve que el espíritu de la letra disolvíase en la praxis. Cuando llegó el día de su pase, Laurence aún no sabía si entrar o no a la Escuela. El pase fue rechazado. Finalmente quiso ingresar. Fue admitida. (Es la versión de ella, según Roudinesco). Permaneció en la EFP hasta verla disuelta.

Entre 1976 y 1978 dirigió la revista Ornicar?. Publicó artículos -algunos brevísimos, fulgurantes, fieles a la enseñanza lacaniana.

Fue parte de la École de la Cause Freudienne ("La escuela de los que aún me aman", según dijo Lacan una vez). Pero pronto dimitió, en 1982. Según Roudinesco, "(...) para señalar su desacuerdo con la manera en que Miller utilizaba las circulares firmadas por Lacan como textos legislativos de una escuela que el maestro no había fundado".

Decía Bataille en su carta del 25 de noviembre:
"La utilización de los textos firmados por Lacan a partir de 1980 fue tal vez útil durante algún tiempo. Se perpetúa por su publicación en el anuario. ¿Serían incapaces aquellos a quienes la Escuela dispensa su formación de sostenerse sin ese sostén? Serían incapaces entonces de hacer frente a su título de analistas -lacanianos, se entiende-. Es una contradicción que ya no puedo asumir. No podría ocupar ya el lugar de un analista si siguiera aceptándola. Por eso presento mi dimisión de la Escuela de la Causa Freudiana".
Poco después, a propósito del affaire legal que suscitó la versión Stécriture de "La transferencia..." se pronunció a favor del libre establecimiento y la difusión de los seminarios de Lacan (sin atacar directamente a Miller, su cuñado).

Murió en 1986, de un cáncer de hígado fulminante.

Roudinesco la recuerda de esta manera:
"Laurence Bataille fue una mujer excepcional. Se parecía a esas trágicas heroínas de las películas de David Wark Griffith, pero su radicalismo la acercaba sobre todo al personaje de Antígona. Era generosa, sensible, inteligente, abierta a todas las formas de rebelión humana, y se convirtió en una de las mejores psicoanalistas de su generación, ocupando un lugar central en el serrallo del movimiento lacaniano".
Philipe Sollers la recuerda a su vez: en el único encuentro que tuvo con ella, confesó a la hija la admiración que sentía por la obra de Georges Bataille: "¡Oigame no! -respondió Laurence-, cuando se escriben ciertas cosas, se debería pensar en su progenie".
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Laurence y Georges Bataille, ca. 1938
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"¿ATENCIÓN FLOTANTE?

En la época de este descubrimiento, el pintor Balthus y el escultor Giacommetti dijeron en mi presencia, ante la simple vista de una reproducción: "Es una falsificación". Sin embargo, todos los exámenes de la tela y los pigmentos probaban que se trataba de un cuadro del siglo XVII. "¿En qué lo notan?", pregunté asombrada. "Puedes ver que la construcción no tiene ningún interés (yo no lo veía): por lo tanto, no puede ser un Vermeer. Además a ningún pintor de aquellos tiempos se le hubiera ocurrido construir un cuadro de esa manera. Así que no se trata de una atribución errónea, sino de una falsificación."

Muchos años después asistía yo a la presentación de enfermos de Lacan; aquel día el enfermo, de unos cincuenta años, deliraba profusamente. Al cabo de una hora de entrevista Lacan le pidió que leyera unas líneas de un periódico; después para mi creciente sorpresa, le sometió un pequeño cálculo que el hombre efectuó con bastante facilidad. Una vez retirado el enfermo, Lacan pidió ya no recuerdo qué examen cerebral.

Viéndome sorprendida, Lacan me dijo que probablemente se trataba de una demencia senil. Yo le dije: "Realmente hubiera creído que se trataba de una psicosis". Y Lacan replícó: "No tiene las mismas aristas". También esta vez, la "construcción" se oponía a mi error. También esta vez, no supe más de ello.

¿Llegaré algún día a entender esas aristas, esa construcción? Los expertos y la crítica se engañan porque juzgan por los detalles; pero hasta un pintor como Vasari, que sabía tanto de pintura, de su teoría y de su técnica, no hizo más que cuadros aburridísimos.".
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Balthus. La habitación
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Balthus. Desnudo con gato
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"¿QUÉ ES UN VERSO? (Carta a M. Josée Lapeyrére)

Querida Josée. Después de ese diálogo telefónico en que el azar de la conversación nos reunió en torno de nuestras preocupaciones del momento, quedé en cierto modo pegada al teléfono. Hablábamos de la interrupción de las sesiones y tú me conectaste con una dimensión que por desdicha me falta: la poesía.
... "Basta con escuchar poesía para que en ella se deje oír una polifonía y para que cualquier discurso revele desplegarse sobre varios pentagramas de una partitura"; esta frase de Lacan permanece desesperadamente presente en mi memoria, tanto quisiera yo que esta dimensión me resultara accesible en el discurso de los pacientes: ella permitiría acercarse estrechamente al objeto mismo que funda la transferencia en su dimensión simbólica, es decir, a lo indecible... pero aguarda, tal vez vuelva sobre esto más adelante.
Déjame insistir sobre la analogía con los pentagramas musicales. Puede ser que la más ardorosa (aunque fugaz) pasión de amor, la haya sentido yo cierta vez que un amigo me mostró una partitura orquestal. "Mira, me dijo, este sublime retornello del oboe". Yo, ay de mí, sólo veía una multitud de puntos enganchados a las líneas. ¿Qué tenía esta página de más sublime que la precedente? Sí, el amor se funda en la desposesión, se inflama con una aspiración de aire provocada por la brusca apertura a un vacío vertiginoso: una puerta se abre sobre una parte de lo humano y yo sólo veo caos, mientras que el otro descifra allí orden y voluptuosidad. Exilio redoblado, umbral que sólo puedo franquear para perderme detrás.
¿En qué punto interrumpir una sesión? Instante de ver, momento de concluir, palabra que da acceso al mensaje, metáfora, simbolización fundamental, inducción de un significado nuevo, etc. ¿Por qué no tendré del dicurso del paciente una escucha comparable al estudio que Lévi-Strauss y Jakobson hicieron de Los gatos de Baudelaire? ¿No podríamos hacer un análisis que superara la equivocidad para alcanzar la invocación? ¿Quién nos libraría de la significación que se nos adhiere a los dientes, a las palabras, que es la panza fofa del psicoanálisis?: reductora, ella nos envisca, mientras que con dedo un tanto débil y tembloroso intentamos, a través de la red del discurso de cada analizante, red ténue y frágil cómo una telaraña, señalar el horizonte del deseo.
¿Imaginas tú a un analista que trabajara con los ritmos, las aliteraciones, las cesuras y las cláusulas? Esto tiene que existir. Y debería poder transmitirse. ¿Cuándo entrará la prosodia en la formación de los analistas? La próxima vez que nos veamos, quiero que me la enseñes. Ojalá sea muy pronto."
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Laurence Bataille en 1984
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"(...) me cuesta creer en el inconsciente. Siempre quedo fascinada ante la prueba de que hay archivos bajo sello y sin embargo activos, de que hay un lugar del Otro que guía nuestras acciones de manera tan ladina y contradictoria (...) Mi oficio consiste en aliarme con quienes me lo demandan, para ir a remover esos archivos incandescentes."

(De: EL OMBLIGO DEL SUEÑO, Paidós, 1988)

21 oct 2009

El Maestro de los sueños (o la reversa del psicoanálisis...)


Por el blog del escritor Eduardo Berti supe de Imaginantes, unas estupendas cápsulas conducidas por José Gordon. Aquí puede verse la dedicada a El Maestro de los sueños (The Dream Master), novela de ciencia ficción de Roger Zelasny.

Aún no he leído el libro, pero la cápsula da una visión terrorífica del psicoanálisis en el futuro, y una aun más escalofriante de la "formación" de una analista. (La novela, de 1966, se publicó también con el título: El que da forma, He Who Shapes).

Si a un analizante le estuviese vedada de inicio la posibilidad de mentir, ¿en qué otra vía podría comprometerse para alcanzar la verdad?

Ojos pa' no ver...




19 oct 2009

Ricardo Piglia. Literatura y psicoanálisis

La relación del psicoanálisis con la literatura, ya se sabe, no ha sido siempre feliz.

En las primeras líneas de Literatura y psicoanálisis, la conferencia que aquí presentamos, el escritor argentino Ricardo Piglia la califica de "conflictiva y tensa".

Y sí... Es exacto.

En la gran mayoría de casos (diría que en todos, pero no he leído todo, obviamente) -sea por los analistas o esa crítica literaria que se ha dado en llamar "psicocrítica"- los resultados que tiene la "aplicación" del psicoanálisis a la literatura son para olvidar.

Pero más allá de lo infortunado de estos misreadings, de que algunos escritores hayan ignorado y despreciado (a veces al mismo tiempo) al psicoanálisis (Borges, Nabokov, entre los célebres, marcaron su distancia), y de psicoanalistas que han pasado a ojos cerrados por las letras, lo cierto es que la relación entre literatura y psicoanálisis existe, no puede soslayarse y solicita elucidación.


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Propongo algo a la reflexión: ¿No fue Freud un creador de ficciones?

Se recuerda que los méritos literarios de su estilo ganaron a su obra el premio Goethe (en 1930), pero (tal vez porque no es obvio) se olvida constantemente el lugar seminal que tuvo la literatura, y más concretamente la ficción, en la invención freudiana.

Tengo para mí (es una hipótesis a desarrollar) que fue cierta incidencia (en el sentido geométrico, o sea, caída: de una línea, un rayo de luz sobre otro cuerpo, por ejemplo) del arte literario en el psicoanálisis aquello que, en el origen de su invención, permitió a Freud acceder un orden de verdad distinto al de la ciencia médica.

Ciertamente, Freud hizo notar que la manera en que eran recibidos sus primeros informes clínicos lo aproximaba más a la literatura que a la verdad de la ciencia médica; decía en los Estudios sobre la histeria:

"[...] a mí mismo me resulta singular que los historiales clínicos por mi escritos se lean como unas novelas breves, y de ellos esté ausente, por así decir, el sello de seriedad que lleva estampado lo científico. Por eso me tengo que consolar diciendo que la responsable de ese resultado es la naturaleza misma del asunto, más que alguna predilección mía; es que el diagnóstico local y las reacciones eléctricas no cumplen mayor papel en el estudio de la histeria, mientras que una exposición en profundidad de los procesos anímicos como la que estamos habituados a recibir del poeta me permite, mediante la aplicación de algunas fórmulas psicológicas, obtener una suerte de intelección sobre la marcha de una histeria".
La necesaria "exposición en profundidad de los hechos anímicos" en la creación de una disciplina inédita (del sujeto) dará lugar en Freud a otro estilo expositivo, a una nueva escritura cada vez más ajena al aire cientificista del inconcluso Proyecto de psicología (contemporáneo a los Estudios...).

De los historiales clínicos que Freud escribió entre 1892 y 1895 se ha dicho que acusan muchos rasgos del cuento naturalista del XIX, que los personajes femeninos que aparecen en sus narraciones se asemejan bastante a los que pueblan las obras de Flaubert, Balzac o Maupassant.

En un libro de memorable título: La teoría como ficción, Maud Manonni habló del estatuto fictivo que para el psicoanálisis tienen no solamente sus casos, sino en sí la doctrina analítica.

"No todo es ficción -escribe Ricardo Piglia en El último lector-, pero todo puede ser leído como ficción".

Siempre y cuando tenga lugar, podríamos añadir (como en el esquema óptico de Lacan), un desplazamiento en la posición del sujeto, una cierta inflexión en la mirada del lector.

En lo que toca a la deuda que la literatura tiene con el psicoanálisis, puede afirmarse -como lo deja claro Piglia en la conferencia- que el arte literario del siglo XX debe a la invención de Freud algunas de sus obras mayores. (La alusión al surrealismo ha sido lugar común, pero hay que recordar su sitio en las creaciones de Schnitzler, Koestler, Von Hoffmanstal, Svevo, Leiris, Perec, Sarduy, por mencionar algunos nombres además del de Joyce, quien abría a comienzos del siglo XX las puertas de la literatura del siglo XXI.)

Al final, tanto en literatura como en psicoanálisis, se trata de una experiencia en que la subjetividad se constituye como un tejido (texto) de lenguaje, en la que se revela que como sostuvo Lacan: "La verdad tiene estructura de ficción".

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Con ligeras variantes, este texto de Ricardo Piglia está incluido en su libro Formas breves (Temas, Buenos Aires, 1999; también lo hay en Anagrama) con el título "Los sujetos trágicos". Es una conferencia que el autor dictó en 1997 en Buenos Aires, con el auspicio de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA).

Más que interesantes, son en verdad sugerentes sus observaciones sobre el inconsciente "estructurado como un folletín", el psicoanálisis visto como "arte de la natación" y las relaciones de esta práctica con la tragedia griega y la literatura policial.

Para descargar la conferencia en Pdf basta un click en este botón.



Imágenes: "Fictional characters"; Ricardo Piglia lee El último lector

14 oct 2009

La psicología del yo y las psicosis, de Paul Federn


A Pau
l Federn siempre le atormentó la posibilidad de traicionar a Freud. Es que hubo un tiempo en que los analistas, para hacer signo de adhesión al freudismo, rechazaban tratar pacientes “psicóticos”. El mismo Freud (como Bartleby) prefería no hacerlo, y su posición descansaba menos en su célebre animadversión hacia los locos que en objeciones teóricas.

Desde el punto de vista estrictamente freudiano existía en las psicosis una corriente libidinal narcisística que impedía al individuo entablar una relación transferencial con el analista. De acuerdo con este principio, en la medida en que dirigía la totalidad de la libido hacía su propio yo, faltaba en el loco la libido flotante necesaria para el análisis. Dicho de otro modo, para Freud un loco era incapaz de tomar al analista como objeto de amor.

Paul Federn (1872-1950) fue el primer analista en avanzar una concepción de la transferencia psicótica. No fue poco su mérito al hacerlo en un momento en que, más que contraindicarse el análisis para abordar la locura, la locura parecía contraindicar los principios del análisis.

En 1902, Federn fue el quinto miembro en sumarse a la "Sociedad psicológica de los miércoles" que se reunía en casa de Freud. Es sabido que éste apreció especialmente la lealtad que siempre le tuvo Federn. A cambio de ella, ocupó la presidencia de la Sociedad Psicoanalítica de Viena en 1923 y recibió a la clientela de su maestro cuando éste dejó de atender ante el avance de su enfermedad.

Acerca de un supuesto análisis de Federn con Freud hay noticias inciertas y contradictorias. Es más probable que nunca se acostara en su diván.

P. Roazen ha escrito que Federn se lamentó profundamente cuando Freud rechazó recibirlo en análisis, y E. Falzeder no menciona a Federn en su lista de analizantes “didácticos” de Freud. Por otra parte, una carta escrita por Federn a Ernest Jones en 1940, poco después de exiliarse en Nueva York, solicita su intervención en calidad de presidente de la IPA en virtud de que (al igual que Nunberg) tenía problemas para ser reconocido por la asociación neoyorquina como "analista didacta", dado que -como la mayor parte de los analistas de su generación- no se había analizado.

Contradiciendo el punto de vista de la ortodoxia freudiana sobre las psicosis, Federn comprobó que los locos eran capaces de hacer lazos transferenciales incluso más fuertes e intensos que los llamados neuróticos. En su opinión, el dispositivo analítico se tornaba inoperante si se pretendía aplicarlo en las psicosis tal como Freud lo diseñó para tratar las neurosis, y era menester adecuarlo a las características de la transferencia psicótica. (Por ejemplo, la existencia de un exceso de material inconsciente, que hacía necesario para el análisis, decía Federn, operar una "re-represión" antes que un levantamiento de la represión. O bien una "ganancia de realidad" -contraria a la consabida "pérdida de realidad"-, que obedecía a la tendencia psicótica de tomar los pensamientos como si fueran hechos reales.)

Para sostener su práctica con pacientes locos (iniciada en 1906), Federn alteró en aspectos importantes el dispositivo analítico y reformuló en principios básicos la metapsicología freudiana, por ejemplo, las teorías del narcisismo y la libido.

Hizo propia la noción de “sentimiento del yo” (ich-gefühl), que Freud no elaboró del todo, y la convirtió en un concepto medular de su psicología del yo (nada que ver con los postulados de Hartmann, Kriss y Lowenstein, que luego adoptarían el término sin la menor alusión a Federn).

Propuso también nociones nuevas, como “mortido”, para designar la investidura de la pulsión de muerte, o “frontera del yo” (aunque ésta hay quien dice la tomó de Tausk) que, en su elaboración teórica, consistía en una investidura que hacía las veces de órgano sensorial del yo en las funciones de percepción.

En su lectura de Freud, Federn vio en el yo la estructura de una interfase que se desplegaba entre el ello y el mundo objetivo; mientras que existía una frontera real que separaba al yo del mundo exterior, la diferencia entre el yo y ello era meramente cualitativa; las fronteras del yo se extendían para asir libidinalmente la imagen de los objetos (como el animálculo protoplasmático del que hablaba Freud). La pérdida del contacto con la realidad, siempre parcial, sobrevenía a causa del desinvestimiento de una frontera yoica; sin embargo, en la medida en que parte de la actividad libidinal del individuo en posición psicótica se dirigía a los objetos, existía en él la posibilidad de establecer una transferencia. (Que no debía analizarse, ya que Federn insistía en el hecho de que la cura de un paciente psicótico debía desplegarse sobre el eje exclusivo de la "transferencia positiva".)

Freud siempre mostró escepticismo ante la práctica de Federn con la locura, y es llamativo que éste esperara hasta la muerte de su maestro para sacar a la luz sus escritos fundamentales.

El estilo de Federn fue calificado con frecuencia de complejo, incluso de oscuro. A decir de algunos comentaristas, se debía a que intentaba hacer coincidir -a veces forzadamente- sus desarrollos teóricos con la obra freudiana. En opinión de uno de ellos, el psicoanalista triestino Edoardo Weiss, solamente después de la muerte de Freud pudo Federn expresar sus ideas con libertad.

¿Habría sido distinto de haber podido Federn a analizar su transferencia con Freud?

Días antes de que, gravemente enfermo, decidiera acabar con sus días de propia mano, escribió en una carta a Weiss: “No se apene cuando me haya ido, ya he puesto por escrito todo cuanto debía decir en el campo de la psicología del yo”.

Este libro (póstumo, compilado por Weiss) reúne artículos que Federn escribió entre 1926 y 1950, y constituye la muestra más sustancial de los textos que el autor dedicó a sus tentativas con la locura y la elaboración de su psicología del yo.

Del prólogo de Didier Anzieu tomo estas palabras: “Federn se familiarizó con la parte psicótica de su propia persona, presintió de qué modo puede devenir psicótico un ser humano si esa parte cobra predominio en su funcionamiento psíquico; y de qué modo también, puede volver a la normalidad si se restablece y consolida la parte no psicótica de su persona”.

Y es que, para estudiar la locura, Federn comenzó por estudiarla a fondo en sí mismo: exploró su parte psicótica en experiencias del todo comunes; el sueño, por ejemplo, donde se presenta un “extrañamiento del mundo exterior" y un consecuente retorno ibidinal al estado narcisista (con todo y alucinaciones incluidas). Este punto de vista, que emparentaba a la locura con la vida onírica, lo compartía Freud, pero fue su discípulo quien obtuvo consecuencias más vastas.

Paul Federn posibilitó, en los planos terapéutico y doctrinario, un encuentro entre la locura y el psicoanálisis y amplió con ello los límites del método psicoanalítico.

La estatura teórica y los alcances clínicos de su trabajo -es la ocasión de decirlo- no han sido suficientemente valorados hasta el día de hoy.



Paul Federn, La psicología del yo y las psicosis, Amorrortu, Buenos Aires, 1984, 394 pp.
Imagen: (entre figura rabínica y mago en la estela de Alexis Cardec) Paul Federn

9 oct 2009

Análisis de la fobia de un niño de cinco años, de Sigmund Freud

El año pasado me pidieron un texto a propósito del día del niño y se me ocurrió conmemorar el análisis de Juanito. En ese momento se publicó en algunos lugares con el título: "100 años de Juanito, niño del psicoanálisis". Ahora que se cumplen 100 años de la publicación del caso lo ofrezco a los lectores del blog, recuperando las ilustraciones y el epígrafe que tenía originalmente y que, por alguna extraña razón, terminaron extraviándose en las oficinas de los editores.-GMA.

Los caballos de detienen.
Los belfos de los caballos desordenan el agua
y mezclan el rostro de las hojas.
Jorge Teillier.

Parece gustarnos llenar los calendarios de fechas especiales. Sobre todo si se trata de números redondos. Entrados en ese gusto, recordemos el primer psicoanálisis infantil de la historia. 1908.
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Tal fue el caso de un niño conocido como Juanito (o “el pequeño Hans”) cuyo nombre verdadero fue Herbert Graf. Juanito era un niño que tenía pánico a los caballos. Su padre, Max Graf, era un musicólogo que se hizo discípulo de Sigmund Freud, y su madre fue analizada por el inventor del psicoanálisis. Los padres de Juanito se contaron entre los primeros partidarios que tuvo esta disciplina en Viena. De esta suerte, el matrimonio Graf estuvo de acuerdo en educar a su primogénito según los principios de las teorías freudianas (ejercían la menor coerción posible, daban importancia a su plática, registraban sus sueños, intentaban responder abiertamente a sus intereses y curiosidades sexuales).

Según cuenta Freud, desde muy temprana edad –antes de cumplir los tres años-, Juanito manifestó un interés muy vivo en su órgano sexual, parte del cuerpo a la que llamaba “hace-pipí” (Wiwi-macher). En una ocasión, Juanito preguntó a su madre: “¿Tú también tienes un hace-pipí? Ella naturalmente respondió que sí, que por supuesto.

El niño mostraba además mucho interés en ver el órgano sexual de su padre y le interesaba también el miembro de los animales. En esta época, Juanito visitó un establo y al ver las ubres de las vacas que estaban ordeñando tuvo una ocurrencia: “Miren, del hace-pipí sale leche”.

Pero en la vida del niño el “acontecimiento crucial” sería el nacimiento de su hermana menor. Pese a pertenecer al estrato informado e ilustrado de la sociedad vienesa, los padres de Juanito no encontraron ante el embarazo otra salida que el conocido cuento de la cigüeña.

Igualmente significativo –según Freud- resultó un episodio previo al arribo de su hermana. En cierta ocasión en que la madre descubrió a Juanito tocándose el pene con la mano lo reprendió con una severa amenaza: “Si haces eso llamaré al doctor A. para que te corte el hace-pipí. Y entonces, ¿con qué harías pipí?”

En enero de 1908, a los cinco años, Juanito comenzó a manifestar los primeros síntomas de su fobia. Temía que al salir de su casa lo mordiera un caballo, y también que los caballos que arrastraban los carretones por la ciudad se cayeran. Sus miedos lo paralizaban al punto en que evitaba dar un paso afuera.

El padre de Juanito consultó a Freud, que a partir de ese momento daría a Max Graf las instrucciones precisas para que él mismo llevara a cabo el análisis de su hijo.
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En los albores del psicoanálisis, no era raro que se lo practicara entre parientes. Carl Jung, por ejemplo, analizó a su esposa, y el mismo Freud analizó de adulta a su hija Anna. Puede decirse que Freud analizó a Juanito con la intermediación del padre.

El método utilizado fue el mismo que había ideado para el análisis de los adultos: entrevistas con el niño, análisis de sueños y fantasías que no subestimaba el valor de los detalles en apariencia más triviales e insignificantes. “Una idea tonta, típica de la angustia de un niño, se podrá decir. Pero, lo mismo que un sueño, una neurosis nunca dice nada tonto”, decía Freud. En un momento dado del tratamiento, Freud amonestó al padre de Juanito: “Pregunta demasiado y de acuerdo con sus propios supuestos, en lugar de permitir que el pequeño se exprese”.

El análisis de Juanito duró poco menos de cuatro meses, concluyó el 2 de mayo de 1908. Hasta ese entonces, Freud había tenido conocimiento de la vida anímica infantil sólo a partir de su auto-análisis y de lo que sus pacientes adultos le decían sobre esa etapa del vivir. La experiencia le había permitido elaborar su doctrina sobre la sexualidad de los niños (la cual publicó en 1905 en sus Tres ensayos sobre teoría sexual) que, por supuesto, ganó a Freud algunos de los ataques más violentos que llegó a recibir, así como repudio social y profesional generalizado.

Pero el caso Juanito significó una gran alegría para Freud. No sólo constituyó un “éxito terapéutico” –el único, en realidad, entre los cinco grandes casos clínicos que llegó a publicar-, sino que le había permitido comprobar de la manera más cercana posible, con un niño, la validez de sus teorías (el inconsciente, la represión, el complejo de Edipo, el complejo de castración, etc.) En una carta a su discípulo y biógrafo Ernest Jones escribirá: “nunca antes logré una comprensión tan sutil del alma de un niño”, y llamará a Juanito “nuestro pequeño héroe”. Freud, no obstante, se mostró muy reservado en sus comunicaciones públicas, y no aseguró el éxito de la experiencia en sucesivos análisis con niños.

Sin embargo, desde que en 1909 Freud publicara el Análisis de la fobia de un niño de cinco años, comenzó a gestarse la práctica del llamado “análisis infantil” en el naciente movimiento psicoanalítico. Con la pionera, hoy casi olvidada, Herminne von Hugh-Hellmuth, y después con Melanie Klein y Anna Freud, quienes -si bien en direcciones opuestas- introdujeron cambios en el dispositivo para hacer posible el psicoanálisis con niños. Otros psicoanalistas, señaladamente Jacques Lacan, harán importantes lecturas y nuevas interpretaciones del caso Juanito.

Las reservas de Freud con respecto a la buena fortuna del primer análisis infantil se atenuaron cuando, en la primavera de 1922, recibió la visita de “un robusto joven de 19 años”, que declaró ser Juanito. El muchacho, según cuenta Freud, vivía solo y había sobrellevado bien las dificultades que le había presentado la vida (el divorcio de los padres, sus respectivos nuevos casamientos, etc.) En esa ocasión, Juanito dijo no reconocerse en ningún punto de su historial clínico. Freud se sorprendió, pero lo tomó como una buena señal y dijo que el joven había olvidado su análisis como los sueños que se olvidan al despertar.

Freud no pudo menos que alegrarse ante el encuentro pues, en su momento, no había faltado quien vaticinara a tan joven “víctima del psicoanálisis” toda suerte de desventuras y desdichas, un funesto destino, so pretexto de que el análisis había robado su inocencia y, por ende, su infancia a la pobre criatura.

¡Qué bárbaro ese Freud! -pensó quizás algún lector- ¡todo lo relacionaba con el sexo!
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Bueno, digamos que la cosa no es tan sencilla, pero ya no cabe ir más lejos en esta nota dedicada a recordar a Juanito, primer niño que atravesara la experiencia de un psicoanálisis hace exactamente cien años. En el transcurso, tampoco ha faltado quien afirme que Freud le robó la inocencia a la civilización occidental entera. Sin embargo, que Freud haya definido al niño como un “perverso polimorfo” no ha impedido que hasta el día de hoy, para algunos, la palabra niño represente aún “pureza, potencialidad, inocencia, símbolo del estado natural, paradisiaco, libre de angustia”, como se lee en un diccionario de símbolos publicado en 2005(*).

Para terminar digamos que el caso Juanito, “el pequeño Hans”, es un auténtico clásico de la literatura nacida en la disciplina creada en Viena a comienzos del siglo XX. Herbert Graf, quien llegó a ser un director operístico de renombre internacional, murió en 1973. Es posible que la inmortalidad de Juanito dure el tiempo que la vida del psicoanálisis.

(*) J. Tressider, Diccionario de los símbolos, Tomo, México, 2005
Ilustraciones tomadas de Freud for Beginners A&Z, Pantheon Books, Nueva York, 1979

2 oct 2009

Jacques Lacan. Presentación de la señora A. C.


Es sabido que Lacan sostuvo durante más de 30 años la praxis conocida como "presentación de enfermos".

En 1953, inscribió las que realizaba el viernes por la mañana en el hospital de Sainte-Anne como parte de las actividades de enseñanza clínica de la SFP, y continuó haciendo presentaciones en ese hospital (incluso una vez interrumpido ahí su seminario) casi hasta el final de sus días. Siendo un joven psiquiatra, Lacan asistía los domingos a las presentaciones de George Dumas (a las que asistieron también, entre otros, Claude Lévi-Strauss, Jean-Paul Sartre y Raymond Aron) y a las de Gaëtan de Clérambault.

Algunos discípulos de Lacan criticaron este costado de su práctica, al no ver en ella sino la prolongación de un dispositivo psiquiátrico (que en Francia tenía su raíz histórica en las célebres presentaciones de histéricas de Charcot, las mismas que en 1885 impresionaron tanto a Freud).

Otros, sin embargo, han considerado que esta actividad no puede cercenarse de la práctica analítica de Lacan. Eric Porge, por ejemplo, señala que Lacan esperaba de las presentaciones de enfermo: "una renovación de la clínica analítica, o sea una clínica analítica no fundada en la relación dual y la mirada, como ha podido mostrarlo M. Foucault en Nacimiento de la clínica".

Ciertamente el propio Lacan enfatizó que era en tanto analista que intervenía en las presentaciones. Así pues, las presentaciones tenían vasos comunicantes no sólo con su práctica privada, también con el seminario (recuérdense -con todo su valor de "demostración clínica"- las palabras que Lacan cita de los locos que presentaba, señaladamente en el seminario sobre Las psicosis y en Le sinthome).

En el texto L'étourdit, de 1973, Lacan evocaba el dispositivo de presentación de enfermos como "un lugar para hacer una demostración clínica de este juego del dicho al decir", y añadía: "¿Dónde he hecho sentir mejor que a lo imposible de decir se mide lo real -en la práctica?".

Al sostener desde el lugar de analista un dispositivo basado en la distinción entre el decir y lo dicho, demostrativo del desliz que hay del enunciado a la enunciación, Lacan separó su práctica de una psiquiatría que hallaba sustento en la mirada alienante, a la vez que proponia una clínica de las psicosis cifrada en la recepción y escucha de la palabra alienada (finalmente, el acto tenía lugar en un manicomio) del loco.

De la efectuación de esta práctica, Lacan esperaba también que el psicoanálisis aportara a la psiquiatría una semiología que fuera del significante y no solamente del signo. (Puede leerse su aportación al debate que sobre este punto sostuvo en 1970 con George Daumezon: Apport de la psychanalyse à la séméiologie psychiatrique).

Sobre la manera en que la presentación de enfermo se anuda al lugar del analista con la estructura significante del síntoma Lacan se expresaba así el 5 de mayo de 1965:

"El psicoanalista, al introducirse como sujeto supuesto saber, es él mismo, recibe él mismo, soporta él mismo el estatuto de síntoma. Un sujeto es psicoanalista, no un sabio atrincherado detrás de categorías en medio de las cuales intenta arreglárselas, para hacer cajones en los cuales tendrá que disponer los síntomas que registra, de su paciente psicótico, neurótico u otro, pero en la medida en que entra en el juego significante, un examen clínico, una presentación de enfermos no puede ser absolutamente la misma en la época del psicoanálisis o en la época precedente [...] Si el clínico, si el médico que presenta no sabe más que una mitad del síntoma [...] es él quien tiene la carga; no hay presentación de enfermos sino diálogo de dos personas y, sin esta segunda persona, no habría síntoma acabado".

Asimismo -como en el chiste- no hay en un diálogo palabra acabada sin un tercero que desvíe hacia el lugar del Otro el circuito significante del decir. Tal era, para Lacan, la función que tenía en la presentación la silenciosa presencia del público (alumnos y analizantes de Lacan, prestadores de servicio del hospital y uno que otro que pedía autorización para estar ahí), que Lacan designaba como gente "en el ajo del psicoanálisis".

Puede decirse entonces que Lacan rompía con el cáracter especular-espectacular de la presentación de enfermos. Más que el de mero espectador, el público tenía el lugar de un tercero que era parte constitutiva del dispositivo clínico y le otorgaba un sentido analítico. A diferencia de Charcot, que en sus presentaciones privilegió el aspecto visual y buscaba la adhesión del público a las garantías pretendidamente científicas de su enseñanza, Lacan privilegiaba la escucha del decir del enfermo, y él mismo se permitía aprender de ese decir tanto como propiciaba que aprendiera el público, que no estaba ahí para recibir un saber preconstituido, sino -como el analista- para escuchar y ser sorprendido. Incluso para escuchar -decía Lacan- lo que el propio presentador podía no escuchar al estar implicado en la presentación.

En la década de 1970, Lacan efectuaba sus presentaciones en el servicio de George Daumezon, en la sala Magnan de Sainte-Anne. El 12 de marzo de 1976 tocó el turno a la señora A. C.

Ofrezco aquí para descarga en Word el texto de dicha presentación, en traducción mía.



Desconozco el origen del establecimiento de la transcripción estenotípica, pero es muy probable que saliera del cartel que, a partir de 1975 y hasta su disolución, se abocaba en la Ecole Freudienne de Paris (EFP) a la desgrabación, el establecimiento y el estudio de las presentaciones de enfermo de Jacques Lacan.