16 abr 2012

Arthur Schnitzler sobre el psicoanálisis


"Que venga aquel que dice ser parecido a mí que le escupo en la jeta"
Arthur Cravan, poeta y boxeador

Tal vez para algunos el nombre de Arthur Schnitzler evoque de inmediato la figura más o menos fantasmal de "el doble de Sigmund Freud". Lo cierto es que cuando el futuro escritor nació en Viena el 15 de mayo de 1862 el futuro analista venía de cumplir seis años. Su padre, un laringólogo que atendía a cantantes y actores, no veía con buenos ojos las inquietudes literarias del hijo, de modo que el joven Arthur torció el brazo y estudió medicina siguiendo la sombra paterna, y durante un tiempo, una senda próxima a la del creador del psicoanálisis: se especializó en neurología al tiempo que se apasionaba con la hipnosis y la histeria, seguía los cursos psiquiátricos de Meynert y se deleitaba estudiando las traducciones de Bernheim y  Charcot que salían de la pluma de Freud. Mientras hacía de médico (en el consultorio de su padre trataba la afonía mediante hipnosis y sugestión), el escritor en ciernes escribía casi a escondidas (a los 18 años consigna en su diario haber escrito 23 dramas y tener empezados 13 más). Pero -como no hay mal que dure siempre ni médico que lo aguante- poco a poco dejó la consulta para consagrarse de lleno a las letras, lo que significaba pasar menos tiempo escrutando gargantas irritadas y más en el café. La primera pieza escénica que estrenó Schnitzler, Paracelso (1898), giraba en torno a la hipnosis. Parece que Freud la leyó ese mismo año y, a decir de Roland Jaccard, habría comentado: "Me ha sorprendido ver cuánto puede saber un escritor de estos asuntos". Como quiera que fuere, es imaginable el impacto que antes de publicar La interpretación de los sueños pudo suscitar en Freud la lectura de versos así:

Y acuérdate que cada noche nos fuerza
A descender a un mundo desconocido,
Privados de nuestra fuerza ynuestra riqueza ...
Pues toda la abundancia y las adquisiciones de la vida
Tienen poco peso frente a los sueños,
Que nos encuentran abúlicos al dormir.

Por el diario del escritor vienés se sabe que en 1900 leyó la obra de Freud sobre el sueño, momento a partir del cual  integraría en sus narraciones algunos procesos y mecanismos oníricos allí descritos. Antes que Joyce, Svevo y Virginia Woolf exploró los alcances narrativos del llamado "monólogo interior", y se dice que hay que agradecer a Joyce que hoy se hable de stream of consciousness, pues, de ser Schnitzler más famoso, habría que hablar de Bewusteisströmung. Además del engaño y la celotipia llevada a extremos demenciales, fue una presencia constante en la obra de Schnitzler el parentesco que hay entre el amor y la muerte, la incidencia del determinismo inconsciente en la vida cotidiana y la crítica del lenguaje y los valores falaces que encierra el blablabla. Símbolos de la decadencia propia del renacimiento de la Viena finisecular, los personajes que habitan sus obras parecen ir y venir dominados por una sensación de fin del mundo.

Freud seguía con atención los pasos de su contemporáneo y sin tapujo profesaba admiración a su trabajo. Sin embargo, pese a vivir en la misma ciudad, incluso en el mismo barrio, pese a jugar cartas cada semana con el hermano menor del escritor, Freud no hizo el mínimo intento de entablar amistad con Schnitzler. Nunca se conocieron personalmente. Para sus biógrafos, la relación que no tuvieron estas dos figuras centrales de la cultura vienesa ha constituido un expediente curioso, del cual se conservan sólo tres cartas. Las dos que Freud dirigió al escritor datan de 1906 y 1922. En la primera de ellas, el creador del psicoanálisis señalaba su afinidad de ideas en lo que toca a "muchos problemas psicológicos y eróticos", y le dice: "A menudo me he preguntado con asombro cómo había llegado usted a tal o cual conocimiento íntimo y secreto que yo había adquirido sólo después de una prolongada investigación sobre el tema"; para declarar al final "envidiar al autor que antes admiraba". La de 1922 es la más conocida. Después de felicitar a Schnitzler por sus sesenta años le escribe: "Tengo, no obstante que hacer una confesión, que le ruego no divulgue ni comparta con amigos ni enemigos. Me he atormentado a mí mismo preguntándome por qué en todos estos años jamás había intentado que trabáramos amistad ni charlar con usted (...)  La respuesta contiene esta confesión, que me parece demasiado íntima. Creo que lo he evitado porque sentía una especie de reluctancia a encontrarme con mi doble (doppelgänger)". Esta declaración podría no ser más que un regalo de cumpleaños de Freud, acorde con la efusividad que solía demostrar en su faceta de corresponsal. Pero también podría ser cierto que Schnitzler encarnara en cierta forma el fantasma del escritor y artista que Freud no llegó a ser, posibilidad que jamás se animó a encarar frente a frente. Freud concluía su carta con una confesión más melancólica: "Discúlpeme que vuelva a caer en el psicoanálisis: no sé hacer otra cosa. Sólo sé que el psicoanálisis no es un modo de hacerse amar".

Todavía hoy hay quien ve en este dramaturgo y novelista al autor freudiano por excelencia, y los programas de mano de los teatros lo suelen presentar al público como "el doble" del creador del psicoanálisis. ¡Vaya regalo, doctor! Pero si Freud dejó en claro qué pensaba de Schnitzler no es tan fácil saber lo que pensaba Schnitzler de Freud. En todo caso, su postura frente al valor del psicoanálisis es por lo menos escéptica, como lo manifiestan los siguientes aforismos:



Lo nuevo no es el psicoanálisis sino Freud. Igual que no era nueva América, sino Colón. El psicoanálisis siempre ha existido: los médicos, los poetas, los hombres de Estado, los buenos conocedores de la humanidad, han sido siempre por fuerza psicoanalistas, de manera inconsciente o automática.
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El psicoanálisis, al generalizar sus teorías, no consigue más que vaciarlas de significado. Si efectivamente todo hombre está condenado a enamorarse de su madre y odiar a su padre. habrá que considerar el complejo de Edipo como un fenómeno más del desarrollo, igual que la dentición o la pubertad.
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La práctica psicoanalítica halaga la vanidad hasta extremos peligrosos. A cualquier nimiedad se le atribuye una importancia desmesurada. Personas absolutamente banales se sienten interesantes, fascinadas por el valor que se les asigna incluso a sus sueños.
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Anuncio publicado en una revista de psicoanálisis: 
Joven elegante , de excelente situación económica y poseedor de un complejo de Edipo modesto pero con buenas perspectivas de futuro desea conocer, con fines honrados, futura infanticida, para excursiones al inconsciente, y en caso de interés también al consciente. Interesadas ponerse en contacto con la redacción de la revista. Clave: mejor sublimar que reprimir. Preferible chicas menores de catorce años. Vírgenes abstenerse.


De: Arthur Schnitzler, Relaciones y soledades, Edhasa, Barcelona, 1998.

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