"Quiero que mi pintura funcione como carne. Para mí, la pintura es la persona. Que ejerce sobre mí mismo un idéntico efecto que la carne."
(L. F. )
Hace un par de de días murió en su domicilio londinense Lucian Freud. Tenía ochenta y ocho años. Apenas unas semanas atrás lo evocaba yo en este blog a propósito de una subasta. Ahora, ¿cuánto inflará el aliento de la muerte del artista el precio de sus trabajos?
Lucian Freud nació en la ciudad de Berlín, pero en 1933 emigró con sus padres a Londres. Hijo de Ernst -el hijo menor de Sigmund Freud- y pintor en ciernes se reuniría con sus abuelos (Martha y Sigmund) y su tía (Anna) cuando -ante la invasión nazi y contra su voluntad- el creador del psicoanálisis se exiliara con su familia en Londres en 1938. Ese mismo año, el joven Lucian empezaría a estudiar arte en ésta y otras ciudades de Inglaterra. En sus años de formación flirteó con el surrealismo, no obstante, poco después empezaría a ensayar el estilo hiperrealista y lleno de expresividad que le sería característico.
Durante la década de 1950 sus retratos y autorretratos comenzaron a obtener reconocimiento internacional. Al lado de Francis Bacon (de quien fue amigo), es considerado una de las figuras más representativas de la escuela neofigurativa inglesa.
Se dice que tuvo cerca de cuarenta hijos, lo que no deja de ser de una excelsa prolijidad en alguien que, además, pintó algunos cientos de cuadros y realizó miles de bosquejos.
De estirpe rubensiana, goyesca, la obra de Lucian Freud nos recuerda que entre la carne hecha jiras y la experiencia del cuerpo queda apenas esa delgada línea reflejante que llamamos espejo (función de cuadro de la superfice especular); nos dice que el lazo de identidad que anuda nuestro nombre y nuestro rostro no es sino la argucia imaginaria que quiere apuntalar -siquiera momentáneamente- nuestra frágil consistencia de sujetos...
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