Un texto de J.-B. Pontalis sobre la relación del psicoanalista con la escritura.
Pero he aquí que me voy a meter en donde no quisiera hacerlo. Porque no hay nada más presuntuoso que pretender responder a la pregunta: ¿qué es escribir? Hacerla incluso es incongruente. Una respuesta de orden general queda manifiestamente excluida, pues son infinitos los modos de escritura: del tratado filosófico al poema, del diario íntimo a la novela, del libro de razonamientos a la biografía. No es solamente la variedad de "género" lo que se pone en tela de juicio, ni su aparición o su decadencia en tal o cual momento de la historia y en el seno de una cultura dada. Pero es improbable que lo que hacía escribir a Platón resulte de las mismas exigencias que aquellas a las cuales se vio sometido Kafka, o que se puedan esperar respuestas, no digo similares, sino comparables entre ellas, por parte de Madame de Lafayette y de Artaud. La respuesta la da el libro nada más, la obra, no las declaraciones. Incluso si la formulamos en otros términos como: "Para usted, ¿qué es escribir?" o "¿Qué es lo que le empuja a usted a escribir?", la pregunta no tiene razón de ser, aunque se le haga a un escritor. De todas maneras él sabría zafarse: "¡Sólo sirvo para eso!" (*)
Pero tenemos derecho a plantear esta pregunta a un psicoanalista. ¿Qué mosca le pica que le hace dejar su sillón por el escritorio? ¿Por qué él, consagrado más que nadie a la trasmisión oral -ya sea en el tratamiento, los exámenes o los seminarios-, a lo que dice una voz sobre fondo de silencio y de ruido, a veces de furor, de los movimientos pulsionales, va a recurrir al escrito, necesariamente sometido a sus propias exigencias? ¿Por qué él, cuya práctica descansa completamente en lo que los ingleses llaman privacy, tiene que salir al encuentro de un público?
Sin duda no faltan las respuestas simples, incluso triviales. Después de todo el psicoanalista no se sustrae al destino común. ¿Por qué no habría de obedecer él al loable propósito "científico" de comunicar lo que ha descubierto o creído descubrir en sus tratamientos? ¿Por qué habría de estar excento del placer "narcisista" inherente a la imagen supuestamente halagüeña que él daría de sus talentos? Y además, ¿quién escapa en nuestros días a la sobrestimación de la escritura, tan perceptible en Francia sobre todo, gran país grafomaniaco -al grado de que nuestras eminencias temen no existir verdaderamente si no han publicado un libro?
Sin embargo, estos datos de hecho toman, con el psicoanalista, un giro particular. En su caso, hacerse de un nombre debe entenderse también en un sentido literal, el de darse nombre propio, porque, más que nadie, él se ve confiriendo, por el efecto de la transferencia, tantos nombres que no son el suyo; escribir, para él, sería un medio privilegiado de dejar de ser un "prestanombres", de verse reconocido, (más allá del reconocimiento social). Convertirse en autor también podría entenderse literalmente como aquél que quedó disponible, a lo largo del tiempo, para tantos personajes en busca de autor... En cuanto al propósito de comunicar su experiencia y sus hipótesis, responde, según yo, a muchos otros imperativos diferentes del de beneficiar a sus colegas con sus propias reflexiones, ponerlas a prueba, tal como se hacía en los exámenes durante la carrera. El tercero, que antes era el examinador, se vuelve el lector (y uno es su propio lector a partir del instante en el que escribe). ¿Cómo podría el análisis arreglárselas sin esa prueba del tercero que viene como a asegurarle que él no es solamente la víctima de su propia fantasmática, que debe a la vez "divagar" -sin lo cual no hay invención- y dar a sus pensamientos más extraños una forma bastante consistente para que el otro pueda percibir sus contornos y apreciar su validez?
El escrito, en fin, a mi manera de ver no es un accesorio de la actividad analítica. Que se me perdone primeramente esta evidencia: sin la obra escrita de Freud ciertamente no careceríamos de taumaturgos ni de chambistas del alma, pero no habría psicoanalistas: Freud, que nunca disoció la escritura de su práctica, que no dejó de ajustar una en la otra, que siempre encontró en la literatura, los mitos y los cuentos fuente de inspiración, al grado que, para muchos en la actualidad, la novela es "Dora", el diálogo filosófico es "El pequeño Hans", y el "Discurso sobre el origen de las lenguas" ¡es el presidente Schreber quien lo profiere!
.
.
.
.
.
.
Y además escribir incluso en aquél que se considera practicante, sólo practicante, comienza con las palabras que se imprimen en su cabeza y que se volverán a presentar mucho más tarde, cuando ya las creía perdidas, se depositarán en desorden en unas cuantas notas garrapateadas en un papel después de una sesión; eso se hace a veces, cuando llega la noche, en las páginas de un cuaderno que no se mostrará nunca a nadie, como si con esto necesitáramos menos poner orden en nuestros pensamientos que prevenirnos contra un riesgo de abuso, reponernos, reconquistar una identidad cuestionada, intentar restaurar una unidad demasiado amenazada.
¿De dónde viene esa urgencia que a veces sentimos y que nos impulsa a dar una forma, incluso incierta, a lo que a la vez nos atormenta y se nos escapa? Muchos analistas lo han manifestado: no son los análisis los que "funcionan", es decir los que favorecen por ambas partes las asociaciones y la elaboración, ni los que confirman nuestras teorías y satisfacen nuestras expectativas, no son ellos los que llaman al escritorio. ¿Para qué recurrir a la "escena de la escritura" cuando la "escena del análisis" está suficientemente animada, con la palabra dotada de su elocuencia propia y cuando el drama se actúa y se construye delante de nosotros? Pero ya sea que el desierto gane terreno; que, por un efecto de repleción o de vacuidad, nuestra capacidad de sentir y nuestro aparato de pensar estén desbordados o vaciados; que la destrucción, sobre todo, pueda más de lo que habíamos creído pacientemente edificar pieza por pieza, entonces nos es necesario otro "continente", el cuaderno, nos es necesario un "block de notas" perfectamente real, que no sea una metáfora y que podamos tener a mano y conservar. Lo que anima al psicoanalista a escribir no es sin duda de la misma naturaleza que lo que autoriza a decir. Quizá la pasión por escribir resulta a veces de la impotencia para decir, e incluso para pensar. Quizá sólo escribe uno a partir de su afasia secreta, para superarla tanto como para dar testimonio de ella.
.
.
.
(*)Respuesta de Samuel Beckett a un cuestionario del periódico Liberation: "¿Por qué escribe usted?"
(De: LA FUERZA DE ATRACCIÓN, Siglo XXI, 1993)
(De: LA FUERZA DE ATRACCIÓN, Siglo XXI, 1993)
No hay comentarios:
Publicar un comentario