Parece que el psicoanálisis es la situación de la libertad absoluta: uno puede decir todo lo que le pasa por la cabeza. En realidad el psicoanálisis es la situación de la constricción absoluta: allí uno no puede decir sino lo que dice, porque no tiene otra cosa que decir. Las personas que van al psicoanálisis gravitan en torno al analista por tres, once años, describiendo órbitas de las cuales el analista ocupa uno de los fuegos (el otro fuego está ocupado por las personas que el analista reencarna), se pueden desvincular y volver a casa, pueden detenerse en esta gravitación al infinito, hasta que el rozamiento no los consuma, pueden huir de la órbita y perderse en los espacios de la locura. Pero como sea que fuere, el resultado es la exacta consecuencia de la correspondencia entre las fuerzas en el campo: no puede funcionar de otro modo que como funciona.
Hay momentos en que el psicoanálisis es un riesgo: puede salir bien, puede salir mal. Hay momentos en que el psicoanálisis es un peligro: sólo puede salir mal. La primera situación es perenne. La segunda situación es intermitente.
Fragmento de la novela:
La enfermedad llamada hombre (1980), de Ferdinando Camon, Losada, Buenos Aires, 1998.