"Que venga aquel que dice ser parecido a mí que le escupo en la jeta"
Arthur Cravan, poeta y boxeador
Y acuérdate que cada noche nos fuerza
A descender a un mundo desconocido,
Privados de nuestra fuerza y, nuestra riqueza ...
Pues toda la abundancia y las adquisiciones de la vida
Tienen poco peso frente a los sueños,
Que nos encuentran abúlicos al dormir.
Por el diario del escritor vienés se sabe que en 1900 leyó la obra de Freud sobre el sueño, momento a partir del cual integraría en sus narraciones algunos procesos y mecanismos oníricos allí descritos. Antes que Joyce, Svevo y Virginia Woolf exploró los alcances narrativos del llamado "monólogo interior", y se dice que hay que agradecer a Joyce que hoy se hable de stream of consciousness, pues, de ser Schnitzler más famoso, habría que hablar de Bewusteisströmung. Además del engaño y la celotipia llevada a extremos demenciales, fue una presencia constante en la obra de Schnitzler el parentesco que hay entre el amor y la muerte, la incidencia del determinismo inconsciente en la vida cotidiana y la crítica del lenguaje y los valores falaces que encierra el blablabla. Símbolos de la decadencia propia del renacimiento de la Viena finisecular, los personajes que habitan sus obras parecen ir y venir dominados por una sensación de fin del mundo.
Freud seguía con atención los pasos de su contemporáneo y sin tapujo profesaba admiración a su trabajo. Sin embargo, pese a vivir en la misma ciudad, incluso en el mismo barrio, pese a jugar cartas cada semana con el hermano menor del escritor, Freud no hizo el mínimo intento de entablar amistad con Schnitzler. Nunca se conocieron personalmente. Para sus biógrafos, la relación que no tuvieron estas dos figuras centrales de la cultura vienesa ha constituido un expediente curioso, del cual se conservan sólo tres cartas. Las dos que Freud dirigió al escritor datan de 1906 y 1922. En la primera de ellas, el creador del psicoanálisis señalaba su afinidad de ideas en lo que toca a "muchos problemas psicológicos y eróticos", y le dice: "A menudo me he preguntado con asombro cómo había llegado usted a tal o cual conocimiento íntimo y secreto que yo había adquirido sólo después de una prolongada investigación sobre el tema"; para declarar al final "envidiar al autor que antes admiraba". La de 1922 es la más conocida. Después de felicitar a Schnitzler por sus sesenta años le escribe: "Tengo, no obstante que hacer una confesión, que le ruego no divulgue ni comparta con amigos ni enemigos. Me he atormentado a mí mismo preguntándome por qué en todos estos años jamás había intentado que trabáramos amistad ni charlar con usted (...) La respuesta contiene esta confesión, que me parece demasiado íntima. Creo que lo he evitado porque sentía una especie de reluctancia a encontrarme con mi doble (doppelgänger)". Esta declaración podría no ser más que un regalo de cumpleaños de Freud, acorde con la efusividad que solía demostrar en su faceta de corresponsal. Pero también podría ser cierto que Schnitzler encarnara en cierta forma el fantasma del escritor y artista que Freud no llegó a ser, posibilidad que jamás se animó a encarar frente a frente. Freud concluía su carta con una confesión más melancólica: "Discúlpeme que vuelva a caer en el psicoanálisis: no sé hacer otra cosa. Sólo sé que el psicoanálisis no es un modo de hacerse amar".
Todavía hoy hay quien ve en este dramaturgo y novelista al autor freudiano por excelencia, y los programas de mano de los teatros lo suelen presentar al público como "el doble" del creador del psicoanálisis. ¡Vaya regalo, doctor! Pero si Freud dejó en claro qué pensaba de Schnitzler no es tan fácil saber lo que pensaba Schnitzler de Freud. En todo caso, su postura frente al valor del psicoanálisis es por lo menos escéptica, como lo manifiestan los siguientes aforismos: