Rocha. Freud en México (revista Proceso) |
Rubén Gallo, escritor y scholar mexicano activo en Princeton University, ofrece en el texto que sigue un resumen de su libro (aún inexistente en castellano) Freud's Mexico, into the wilds of psychoanalysis (2010).
¿El México de Freud? Pues sí, aunque Freud nunca visitó Latinoamérica, su célebre colección de antigüedades, por ejemplo, no echaba en falta piezas mesoamericanas (las mismas que -por asuntos legales- no fueron exhibidas cuando, hace unos años, la colección se anduvo paseando por acá). Pero además, tal es la tesis del libro, el creador del psicoanálisis habría sido tocado por la magia mexicana a través de los ecos vieneses del malogrado proyecto del Imperio austro-húngaro en este país. La investigación también avanza sobre el surco de preguntas hasta ahora desatendidas: ¿Quiénes fueron los primeros lectores de Freud en México? ¿Cómo lo leyeron? ¿Qué consecuencias sacaron de su lectura? De Salvador Novo a Samuel Ramos, de Octavio Paz al jurista Raúl Carrancá y Trujillo pasando por Remedios Varo y Frida Kahlo, el profesor Gallo dibuja a partir de un retablo de lectores disímbolos un retrato inusitado del creador del psicoanálisis. Y acaso también brinda una nueva imagen del canon cultural mexicano: nos muestra que la recepción de la obra freudiana dejó trazas sutiles, pero al fin trazas, en la naciente modernidad de México.
Apuntes para una historia de Freud en México
Rubén Gallo
I. Lectores
Uno de los primeros lectores de Freud en México fue el poeta
Salvador Novo, que comenzó a leer y a escribir sobre el psicoanálisis antes de
cumplir veinte años y fue uno de los primeros escritores en comentar los textos
de Freud para un público no especializado. Durante los años veinte Novo leyó
con voracidad los libros de Freud y publicó varias reseñas de obras
psicoanalíticas en las páginas deEl
Universal Ilustrado y otras
revistas capitalinas. La Casa del Poeta conserva, entre otros libros, los
ejemplares de las Obras completasde Freud que pertenecieron
a Novo: volúmenes llenos de anotaciones manuscritas. Novo leyó a Freud con el
mismo humor negro que caracteriza su producción juvenil: cuando el profesor
vienés, en un ensayo sobre la perversión, observa que hay “individuos para los
cuales la defecación constituye durante toda su vida una fuente de
voluptuosidad”, Novo apunta, en el margen: “¡los escritores!” Y cuando el
doctor Freud explica que para ciertos fetichistas “el objeto sexual es el pie
sucio y maloliente”, Novo exclama, también en el margen, “¡oh!”, parodiando la
reacción de una púdica señorita escandalizada ante las burdas imágenes evocadas
por el psicoanalista.
Novo incorporó muchas de las teorías psicoanalíticas a su
escritura. Quizá su obra más freudiana sea La estatua de sal, su autobiografía. El
libro inicia con una evocación de los “intentos fallidos” que hizo por
psicoanalizarse y luego pasa a narrar una serie casi interminable de aventuras
sexuales. No sería descabellado leer este libro como un ejercicio de
autoanálisis. Freud también había hecho un autoanálisis: la interpretación de
sus propios sueños que publicó en 1900. Si Freud analiza sus sueños, Novo
dedica su estudio a las seducciones que marcaron su juventud. Sus memorias bien
pudieron haberse llamado La interpretación de los ligues.
Freud encontró un lector muy distinto en el filósofo Samuel
Ramos, que en 1934 publicó su Perfil del hombre y la cultura en México,
un libro que incluye un capítulo sobre “El psicoanálisis del mexicano” y fue el
primer intento en aplicar las teorías vienesas al debate sobre la identidad
mexicana. Ramos llega a una conclusión sorprendente: el carácter del mexicano,
nos dice, se define por un “sentimiento de inferioridad”. La argumentación del
filósofo no se basa en Freud sino en uno de sus discípulos disidentes: el
doctor Alfred Adler, que rompió con Freud en 1911 para lanzar su propia teoría
psicológica basada en “la inferioridad de los órganos”. Ramos había viajado a
Europa en 1927: allí conoció a Adler y quedó seducido por sus teorías.
Otro gran lector de Freud fue Octavio Paz. A fines de los años
cuarenta, en París, Paz leyó los libros de Freud... y los de Ramos también.
Bajo la influencia de estas dos figuras tan disímiles comenzó a escribir El
laberinto de la soledad. Paz escribió este ensayo, en parte, como una
respuesta a Ramos: no es el complejo de inferioridad, nos dice, sino la soledad
lo que define el carácter del mexicano. En la entrevista con Claude Fell
recogida en Posdata,
Paz explica que se aventuró a escribir El laberinto... después de leer el último libro de
Freud: Moisés
y la religión monoteísta, publicado unos meses antes de la muerte del
analista vienés en 1939. Al redactar El laberinto..., Paz quiso hacer con
México lo que Freud había hecho con el pueblo judío: interpretar los orígenes y
el nacimiento simbólico de la cultura. Freud comienza su historia del judaísmo
con el faraón Akhenatón; Paz elegirá la Conquista y el trauma ocasionado por el
choque entre dos culturas. Freud enfoca su estudio en una figura masculina:
Moisés; Paz elige a una mujer, doña Marina, y privilegia el papel de lo
femenino en la historia de México.
Un misterio: ¿por qué Paz, el lector mexicano más serio que
Freud tuvo en la primera mitad de siglo XX, no volvió a hablar del
psicoanálisis? El arco y la lira incluye una refutación del
psicoanálisis como instrumento de interpretación de la poesía, yVislumbres de la India, un breve
comentario sobre la teoría freudiana del monoteísmo. Pero en las páginas de Plural o Vuelta casi nunca aparece citado el nombre de
Freud. ¿Por qué este rechazo a un autor que iluminó sus primeras obras? Quizá
no se trata de un rechazo a Freud sino de un rechazo a los freudianos, en
especial a los psicoanalistas argentinos que llegaron a México en los años
setenta, trayendo consigo un vocabulario psicoanalítico pesado y barroco que
seguramente irritó la sensibilidad literaria –basada en la limpidez– de Paz.
Frida Kahlo. Moisés (1945) |
Freud tendría otros lectores
mexicanos más excéntricos: Frida Kahlo, que realizó una interpretación
pictórica de Moisés
y la religión monoteísta en
su Moisés de 1945. (Kahlo y Paz, que tuvieron
tan poco en común, compartieron una gran fascinación por el último libro de
Freud. ¿Qué se hubieran dicho si hubieran podido conversar sobre Freud, Moisés
y el monoteísmo?) En 1940 Ramón Mercader, el asesino de Trotski, fue asignado
al juez Raúl Carrancá y Trujillo, otro lector de Freud que había luchado por
incorporar las herramientas del psicoanálisis al sistema jurídico mexicano.
Como parte de su investigación, Carrancá ordenó un psicoanálisis intensivo
–seis horas al día, seis días a la semana, durante seis meses– de Ramón
Mercader. El resultado –dos gruesos expedientes sobre “la mente consciente” y
“la mente inconsciente” del asesino– llevó al juez a concluir que Mercader
había asesinado al revolucionario a causa de un complejo de Edipo activo –una
conclusión que los periódicos de la capital reprodujeron en sus páginas.
La pintora Remedios Varo
también leyó a Freud. En 1960 pintó un cuadro que lleva por título Mujer
saliendo del psicoanalista y
que presenta una visión cómica del lugar del psicoanálisis en la vida cotidiana
de la burguesía.
Pero sin duda el lector más excéntrico que Freud tuvo en México
fue el sacerdote Gregorio Lemercier, fundador de un “convento en psicoanálisis”
en el pueblo de Santa María Ahuacatitlán, cerca de Cuernavaca, que se volvería
famoso por todo el mundo como un experimento vanguardista por reformar el
catolicismo. Lemercier invitó a los psicoanalistas Gustavo Quevedo y Frida Zmud
a trabajar en el monasterio, donde todos los monjes participaron en sesiones de
terapia colectiva. Como resultado de este experimento el sacerdote publicó un
libro que llevó por título Diálogos con Cristo: monjes en psicoanálisis,
que por desgracia llegó a manos del Vaticano y del Santo Oficio. Después de un
juicio, la Iglesia le ordenó a Lemercier que no volviera a hablar de Freud, ni
en público ni en privado. Lemercier prefirió abandonar la Iglesia y quedarse
con Freud: transformó su monasterio en el “Centro Psicoanalítico Emaús”. El
escritor Vicente Leñero dramatizó estos hechos en su obra de teatro Pueblo
rechazado, estrenada en 1968, unas semanas después de la masacre de
Tlatelolco.
II. El México de Freud
¿Qué hubiera pensado Freud de todos estos lectores? ¿Y de los
usos tan diversos que se le dieron a la teoría psicoanalítica en México? Las
pinturas de Frida Kahlo y Remedios Varo; el uso del psicoanálisis en los
debates sobre la mexicanidad; el psicoanálisis practicado en un monasterio
benedictino. Todo esto parece estar muy lejos de los intereses de Freud.
Pero Freud, en la Viena de fines del siglo XIX, tuvo a México
muy presente en su vida. Freud nació en 1856 y tenía apenas once años cuando su
compatriota Maximiliano de Habsburgo fue fusilado en Querétaro. Como todos los
austriacos de su generación, Freud se estremeció ante aquel episodio que los
periódicos de la época tildaron de Kaisertragödie. Pero los lazos entre
México y el imperio austrohúngaro habían comenzado mucho antes del nacimiento
de Freud: la Conquista de México se desarrolló bajo el reino de Carlos V, un
Habsburgo. Varios de los célebres regalos de Moctezuma que Hernán Cortés le
enviara al Rey fueron repartidos entre sus capitales europeas y varios de ellos
llegaron a Viena. El museo etnográfico de Viena cuenta entre sus tesoros más
preciados el llamado penacho de Moctezuma (los expertos han demostrado que el
penacho fue creado hacia 1580 y por lo tanto no pudo haber pertenecido a
Moctezuma, aunque se trata de un objeto azteca genuino).
En sus paseos cotidianos por Viena, Freud pudo haber visto un
sinfín de referencias a los lazos históricos que unen a Viena con México: el
penacho en el museo etnográfico; un códice azteca –el Codex
Vindobonensis– en la Biblioteca Imperial (hoy Biblioteca Nacional); la
Votivkirche, la iglesia votiva que Maximiliano mandó construir para agradecer
el hecho de que su hermano, el emperador Francisco José, había salido ileso de
un atentado en 1853. Este fue uno de los proyectos más ambiciosos de
Maximiliano: una construcción gótica, de piedra de cantera, tan enorme y tan
cara que no se había terminado en 1864, cuando el emperador se embarcó a
México, y tampoco se había concluido en 1867, cuando el imperio se desmoronó. La
iglesia no fue inaugurada sino hasta 1879 –más de 25 años después del inicio de
la construcción– y para entonces, más que un tributo a la vida de Francisco
José, se había convertido en un monumento fúnebre a Maximiliano.
Freud vivió más de treinta años en un apartamento en la
Berggasse, a unas cuantas calles de la Votivkirche. Cada vez que salía a dar un
paseo, cada vez que iba al centro de la ciudad, cada vez que se dirigía a la
Ringstraße, pasaba frente a la iglesia que había sido uno de los muchos proyectos
descabellados de Maximiliano. Muchos años después de la muerte de Freud, la
ciudad de Viena quiso rendirle homenaje al descubridor del inconsciente y
decidió bautizar el parque frente a la iglesia –que hasta entonces se había
llamado Votivpark– con el nombre de Sigmund Freud: al centro hay un monumento
que lleva la inscripción “Die Stimme des Intellekts ist leise” –la inteligencia
habla en voz baja. Así, por un capricho burocrático, Freud quedó, post mórtem,
frente a Maximiliano. Si los muertos pudieran hablar, Freud –que tenía un gran
talento para hacer preguntas que llevaran al paciente a revelar los secretos de
sus traumas– seguramente abriría la conversación preguntándole al malhadado
archiduque: “¿Cómo le fue en México?” ~
Texto publicado en la revista Letras Libres (agosto, 2010)