"No hay vicios más difíciles de erradicar que aquellos que popularmente se consideran como virtudes", nos dice
Edith Warthon en las primeras líneas de este incisivo y sugerente ensayo. Publicado en los albores del siglo XX -1903, para ser exacto, momento en que se diagnostica desde la Mitteleuropa una crisis del lenguaje (la carta de
Lord Chandos,
La crítica de Mauthner)- este librito merece tomarse en cuenta por su actualidad. Y es que en la era de los demasiados libros (en todos sus formatos), en los tiempos de la reproducción textual a troche y moche (¿no es también y sobre todo eso nuestro internet, hipocaro lector... mi semejante?), la pregunta que formula esta célebre escritora suena aún con más fuerza: "
¿Por qué todos deberíamos ser lectores?"; suponerlo, nos dice, sería considerar que no hay diferencia alguna entre tocar el piano y tocar el organillo. Si bien todos tocamos la flauta en la secundaria, siquiera como el burro de la fábula, nadie considera de suyo que todos tendríamos que ser músicos; sin embargo, por alguna razón, tiende a considerarse la lectura como una virtud que estaría al alcance de todos. Para
Warthon, entonces, la lectura goza de un prestigio que consiste más bien en una devaluación. En este ensayito se eleva la lectura a la categoría de un arte para el cual (como para cualquiera) es preciso estar dotado de ciertas condiciones que sólo la práctica podrá desarrollar y perfeccionar. Y a todo esto, ¿existirá un lector perfecto, un lector ideal? Seguramente no, pero la caracterización del "lector nato" y su opuesto, el "lector mecánico", permite a la autora -no sin humor- desmantelar un conjunto de prejuicios que tiende a ensalsar indiscriminadamente el acto de leer. El librito me hizo recordar
una entrevista con
Pascal Quignard en la televisión chilena, donde se habla de los riesgos y peligros que implica la lectura; riesgos no aptos -decía el escritor francés- para cualquier espíritu. Y recordé también el "debate" en Facebook a propósito de tal video, que acabó con la "amistad" de algunos y donde no faltó quien se sintiera profundamente ofendido por las palabras presuntamente elitistas de
Quignard, ese enamorado del silencio al que algunos entusiastas lectores buscaban silenciar pregonando que la lectura es un derecho universal. Pero volviendo al aspecto vicioso del leer,
Warthon nos dice que el mayor peligro que entraña el "lector mecánico", o sea el incapaz de reflexionar, de transformar y apropiarse de lo que lee ("El valor de los libros es proporcional a lo que podríamos llamar su plasticidad: su cualidad de ser todas las cosas para todos los hombres"), es que produce una continua demanda de libros a la que sólo puede responder un "escritor mecánico". Así, el círculo trazado por la lógica capitalista que rige el mercado del consumo editorial se cierra y satisface a la perfección. El diagnóstico resulta, como ya dije, de una asombrosa actualidad. O quizá no, quizá el librito (tan breve que cualquier tipo de lector despacha en un santiamén) nos presenta el retrato perentorio de una especie de lector en vías de extinción. Aunque algo me dice también que ese "lector nato" de la
Warthon se llevaría muy bien con el lector que sabe hablar de los libros que no ha leído de
Pierre Bayard.
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Edith Warthon |
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