1946. París. Luego de salir del manicomio de Rodez, el poeta Antonin Artaud entra en un periodo de ebullición creativa. Aunque sigue pernoctando en una clínica psiquiátrica, tiene llave de la puerta y entra y sale a su guisa. Si bien nunca dejó la escritura -durante sus años de encierro escribía cartas, sobre todo cartas-, el último tramo de su vida es el más productivo de su existencia como escritor. Recibe homenajes públicos y un premio literario (el Saint-Beuve por su Van Gogh, el suicidado de la sociedad), firma un contrato con Gallimard para la edición de sus Oeuvres Complètes y escribe algunos de sus libros más importantes: Artaud le Mômo, Ci-Gît. La crema y nata de la cultura europea saluda la liberación del poeta y él hace lecturas públicas más próximas a un acto del Teatro de la Crueldad que a un inocuo recital de poesía. Es que él nunca escribió para hacer literatura y, según dice ahora, escribe para los analfabetas.
En este momento de su recorrido vital, Artaud ha trasladado la escena teatral a su propio cuerpo, un cuerpo que ha hecho propio por la vía del dolor; practica un teatro plenamente orgánico y danza y canta y grita por las calles de Paris para conjurar los maleficios que se ciernen sobre su cuerpo, cuando no se reúne con amigos en Les Deux Magots.
En la misma época escribe también una serie de poemas que pueden leerse como un ajuste de cuentas con la psiquiatría y la experiencia de la alienación: Los enfermos y los médicos, Alienación y magia negra, y el mencionado Van Gogh, el suicidado de la sociedad. De esta suerte, el 8 de junio de 1946, un día después de la célebre sesión del teatro Sarah- Bernhardt, Artaud se encierra en la cabina radiofónica del Club de l'Essai, en el número 37 de la rue de l'Université, barrio Saint-Germain-des-Près, para grabar de propia voz su poema Los enfermos y los médicos. La mañana siguiente, a las 9:30 hrs., la grabación es difundida por la radio francesa. Artaud escucha el programa en casa de su amiga Marthe Robert (la misma que escribió sobre Kafka y Freud) y le confiesa su desagrado al no reconocer su voz. Piensa que la radio le ha dado un ritmo y una tonalidad extraños, con un cierto aire á la Albert Lambert, comediante que hoy pocos recuerdan. La voz de cada cual, lo sabemos, tiene algo de unheimlich para cada cual...
En la exaltación de la enfermedad de este poema aparece un rasgo común en los escritos artaudianos: como parte de un linaje que él mismo establecía, Artaud se emparentaba con los grandes enfermos y supliciados (o "suicidados") de la cultura: Hölderlin, Poe, Lautreamont, Nietzsche, Nerval, Van Gogh... Luego alguien como Gilles Deleuze vendría a afirmar que esta clase de enfermos devienen médicos de la sociedad; algo que, a su modo, dijo antes el propio Nietzsche y, aún antes, en medio de sus visiones, William Blake.
Copio el poema en el original francés y en castellano, en traducción del poeta argentino Aldo Pellegrini:
LES MALADES ET LES MÉDECINS
La maladie est un état.
La santé n’en est qu’un autre,
plus moche.
Je veux dire plus lâche et plus mesquin.
Pas de malade qui n’ait grandi.
Pas de bien portant qui n’ait un jour trahi, pour n’avoir
pas voulu être malade, comme tels médecins que
j’ai subis.
J’ai été malade toute ma vie et je ne demande qu’à
continuer. Car les états de privation de la vie m’ont
toujours renseigné beaucoup mieux sur la pléthore de
ma puissance que les crédences petites-bourgeoises
de :
LA BONNE SANTÉ SUFFIT.
Car mon être est beau mais affreux. Et il n’est beau que
parce qu’il est affreux.
Affreux, affre, construit d’affreux.
Guérir une maladie est un crime.
C’est écraser la tête d’un môme beaucoup moins chiche
que la vie.
Le laid con-sonne. Le beau pourrit.
Mais, malade, on n’est pas dopé d’opium, de cocaïne ou
de morphine.
Et il faut aimer l’affre
des fièvres,
la jaunisse et sa perfidie
beaucoup plus que toute euphorie.
Alors la fièvre,
la fièvre chaude de ma tête,
— car je suis en état de fièvre chaude depuis cinquante
ans que je suis en vie, —
me donnera
mon opium,
— cet être, —
celui,
tête chaude que je serai,
opium de la tête aux pieds.
Car,
la cocaïne est un os,
l’héroïne, un sur-homme en os,
ca i tra la sara
ca fena
ca i tra la sara
ca fa
et l’opium est cette cave,
cette momification de sang cave,
cette raclure
de sperme en cave,
cette excrémation d’un vieux môme,
cette désintégration d’un vieux trou,
cette excrémentation d’un môme,
petit môme d’anus enfoui,
dont le nom est :
merde,
pipi,
con-science des maladies.
Et, opium de père en fi,
fi donc qui va de père en fils, —
il faut qu’il t’en revienne la poudre,
quand tu auras bien souffert sans lit.
C’est ainsi que je considère
que c’est à moi,
sempiternel malade,
à guérir tous les médecins,
— nés médecins par insuffisance de maladie, —
et non à des médecins ignorants de mes états affreux de
malade,
à m’imposer leur insulinothérapie,
santé
d’un monde
d’avachis.
***
LOS ENFERMOS Y LOS MÉDICOS
La enfermedad es un estado,
la salud no es sino otro,
más desagraciado,
quiero decir más cobarde y más mezquino.
No hay enfermo que no se haya agigantado,
no hay sano que un buen día no haya caído en la traición,
por no haber querido estar enfermo,
como algunos médicos que soporté.
He estado enfermo toda mi vida
y no pido más que continuar estándolo,
pues los estados de privación de la vida me han dado siempre mejores indicios
sobre la plétora de mi poder que las creencias pequeño burguesas de que: BASTA LA SALUD
Pues mi ser es bello pero espantoso.
Y sólo es bello porque es espantoso.
Espantoso, espanto, formado de espantoso.
Curar una enfermedad es criminal
Significa aplastar la cabeza de un pillete mucho menos codicioso que la vida
Lo feo con-suena . Lo bello se pudre.
Pero, enfermo, no significa estar dopado con opio, cocaína o morfina.
Y es necesario amar el espanto de las fiebres.
la ictericia y su perfidia mucho más que toda euforia.
Entonces la fiebre,
la fiebre ardiente de mi cabeza,
-pues estoy en estado de fiebre ardiente desde hace cincuenta años que tengo de vida-
me dará
mi opio,
-este ser-
éste cabeza ardiente
que llegaré a ser,
opio de la cabeza a los pies.
Pues, la cocaína es un hueso,
la heroína, un superhombre de hueso.
Ca itrá la sará cafena
Ca itrá la sará cafá
y el opio es esta cueva
esta momificación de sangre cava , este residuo de esperma de cueva,
esta excrementación de viejo pillete,
esta desintegración de un viejo agujero,
esta excrementación de un pillete,
minúsculo pillete de ano sepultado,
cuyo nombre es:
mierda, pipí,
Con-ciencia de las enfermedades.
Y, opio de padre a higa,
higa, que a su vez, va de padre a hijo,
-es necesario que su polvillo vuelva a ti
cuando tu sufrir sin lecho sea suficiente.
Por eso considero que es a mí, enfermo perenne,
a quien corresponde curar a todos los médicos,
-que han nacido médicos por insuficiencia de enfermedad-
y no a médicos ignorantes de mis estados espantosos de enfermo,
imponerme su insulinoterapia,
salvación de un mundo postrado.
La enfermedad es un estado,
la salud no es sino otro,
más desagraciado,
quiero decir más cobarde y más mezquino.
No hay enfermo que no se haya agigantado,
no hay sano que un buen día no haya caído en la traición,
por no haber querido estar enfermo,
como algunos médicos que soporté.
He estado enfermo toda mi vida
y no pido más que continuar estándolo,
pues los estados de privación de la vida me han dado siempre mejores indicios
sobre la plétora de mi poder que las creencias pequeño burguesas de que: BASTA LA SALUD
Pues mi ser es bello pero espantoso.
Y sólo es bello porque es espantoso.
Espantoso, espanto, formado de espantoso.
Curar una enfermedad es criminal
Significa aplastar la cabeza de un pillete mucho menos codicioso que la vida
Lo feo con-suena . Lo bello se pudre.
Pero, enfermo, no significa estar dopado con opio, cocaína o morfina.
Y es necesario amar el espanto de las fiebres.
la ictericia y su perfidia mucho más que toda euforia.
Entonces la fiebre,
la fiebre ardiente de mi cabeza,
-pues estoy en estado de fiebre ardiente desde hace cincuenta años que tengo de vida-
me dará
mi opio,
-este ser-
éste cabeza ardiente
que llegaré a ser,
opio de la cabeza a los pies.
Pues, la cocaína es un hueso,
la heroína, un superhombre de hueso.
Ca itrá la sará cafena
Ca itrá la sará cafá
y el opio es esta cueva
esta momificación de sangre cava , este residuo de esperma de cueva,
esta excrementación de viejo pillete,
esta desintegración de un viejo agujero,
esta excrementación de un pillete,
minúsculo pillete de ano sepultado,
cuyo nombre es:
mierda, pipí,
Con-ciencia de las enfermedades.
Y, opio de padre a higa,
higa, que a su vez, va de padre a hijo,
-es necesario que su polvillo vuelva a ti
cuando tu sufrir sin lecho sea suficiente.
Por eso considero que es a mí, enfermo perenne,
a quien corresponde curar a todos los médicos,
-que han nacido médicos por insuficiencia de enfermedad-
y no a médicos ignorantes de mis estados espantosos de enfermo,
imponerme su insulinoterapia,
salvación de un mundo postrado.
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