11 jul 2012

Retratos (II): Lacan, Leclaire y Perrier van de paseo

Aquí va Lacan con el casquete más corto de lo acostumbrado y acompañado de dos de sus caciques: Serge Leclaire (el de en medio) y François Perrier (el más llenito). El aire relajado de cada uno deja ver que es una foto de los tiempos (más bien breves) en que todo era felicidad entre los tres. Pareciera que dan un paseo campestre, pero es de suponer que se daban receso de una reunión de trabajo (es decir de tejemanejes políticos). Pudiera ser que estén en Guitrancourt, donde Lacan tenía una casa a unos cuantos kilómetros de Paris. Allí en ocasiones se reunía con sus allegados los fines de semana, y no se privaba de recibir a algún analizante si éste lo iba a ver. De hecho Perrier en esta época aún se analizaba con Lacan, y aquí lo vemos en una franca relación especular con su maestro-analista, pues -como el mismo Perrier lo hacía notar- los dos usaban corbata de moñito. Lo cierto es que "el gran Jacques" -como no sin sorna íntima le llamaban los de la Troica aquí presentes- es el que luce más elegante de los tres. Mientras Leclaire se ha dejado la corbata muy abajo o el pantalón muy arriba y Perrier se ve incapaz de lucir su traje Lacan conserva su estampa de dandy incluso en medio del bosque.
La instantánea muestra por qué en sus memorias Perrier se obsesionaba con bajar diez kilos y dejar de fumar, y beber menos sin dejar de beber. Tiene razón quien asegura que lo borracho se nota en la cara del culpable. Aunque según Perrier el más obsesivo era Leclaire, más ordenado y mesurado, a diferencia de él, más histérico y artístico. Y en efecto, Perrier era músico aficionado y tenía muy buena voz, además de una pluma audaz, nada desprovista de elegancia, agudeza clínica ni sentido del humor. Nunca ocultó su inclinación por el alcohol, y estando rodeado por quien le rodeaba eso tiene otro nombre que cinismo: valentía. De los tres es el único que no mira a la cámara, y aquí parece abstraído en la contemplación de un horizonte infinito; sin embargo, es posible que estuviera mirando hacia su propio interior. En el recuerdo de Wladimir Granoff (el otro integrante de la Troica, que no sale en la foto porque a) se había movido, o b) la estaba tomando), los ojos de Perrier hacían sentir a quien era visto que su mirada también estaba vuelta hacía él mismo. Leclaire, en cambio, sonríe abiertamente a la cámara y parece tan seguro de sí que cualquiera diría que se trata de un médico alsaciano. Tal vez sepa que tiene reservado el lugar de "el primer lacaniano" de la historia; y es que -por algunas razones obvias y otras no tanto- Lacan no podía ser lacaniano. Pero aquí en un gesto acaso inconsciente -en el sentido apenas de lo que no es consciente- Leclaire adopta, al igual que Perrier, una postura especular que hace de su maestro-analista su modelo y duplica su efigie metiendo la mano izquierda en el bolsillo del pantalón. En todo caso Lacan esconde las dos, y es probable que algo entre manos trajeran los tres. Sólo así se explica la sonrisa entre complacida y cómplice que iluminaba suavemente ese día el rostro de Lacan

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