Las anécdotas lacanianas son todas verdaderas, incluso las que son falsas, ya que, en buena doctrina, la verdad se distingue de la exactitud y tiene estructura de ficción.
J. A. Miller
Un instante más y la bomba estallaba.
La frase de Guillaume, lingüísta, que a Lacan le gustaba citar.
Hay que leer la Vida de Lacan que ha escrito Jacques-Alain Miller. Publicada en Paris hace un par de semanas (más de 11 mil ejemplares vendidos) y hace unos días en Argentina, hay que leerla para saber de qué va la cosa con la Orientación lacaniana... (así con mayúscula). No la lea quien busque la contemplación largamente esperada del retrato íntimo, familiar, de la persona de Jacques Lacan (si bien no faltan pinceladas de esta tonalidad: "Lacan tampoco se drogó nunca, ni para probar -se lo pregunté". [p. 34]) Tampoco el que espere encontrar una suerte de antífona a las elaboraciones del Lacan biografiado por Roudinesco. Nada de eso, o muy poco, se hallará en este librito. Y aún menos, importa que advierta yo estas cosas, si en las primeras 30 páginas del libro Miller se aboca a decirnos, sobre todo, lo que no ha escrito en su Vida de Lacan. Siendo un opus que apenas rebasa los 43 folios, algunos creerán el rodeo excesivo. Pero no es mera digresión. Como es sabido, al genio de la lengua no le faltan tropos para presentar el ser bajo el modo de no serlo. Luego de evocar la Life de Boswell sobre el Dr. Johnson, así como la tradición escritural (o escribana) floreciente en las "Vidas" de la Antigüedad y el Renacimiento, Miller procede -así leo el último tercio del libro- a ofrecernos no sólo un retrato inédito, sino acaso una inédita forma del retrato: la efigie analítica. Es que si no es una "Vida" en el sentido antedicho, tampoco se trata, claro está, de mera chismografía, ni de una psicobiografía (aunque no falte el escarceo con esta narrativa: "[Lacan] era del signo de Aries, y la descripción de los que han nacido bajo ese signo, tal como aparece en obras de astrología, le va como un guante" [p. 33]. Acaso con su Vida de Lacan Miller ha inventado -y en pocas páginas, eso no es poco- un género que excede las lindes de "lo biográfico" para aproximarse -así me atreveré a llamarlo- a una biosignansgrafía, donde el personaje (léase sujeto representado por un significante (S1) para otro (S2)) biografiado no puede sino aparecer en fading, operación de escritura cuya elisión barroca descubre un fresco brillante, luminoso, que envuelve al sujeto en su opacidad y nos ofrece en relieve la figura del "hombre de deseo, de pulsión incluso, que [Lacan] era" [p. 39]. Ahí se nos revelan -entre otros rasgos- el Lacan de una rispidez tal en su lazo con la Ley que bajaba del auto y se echaba a andar antes que esperar el cambio de un semáforo en rojo; que miraba en tal forma a un camarero desatento o distraído para inscribir -en la sustitución significante puesta en juego por la pulsión escópica y el aullido (casi a lo Artaud: "¡OOOOhhhh!" [p. 35])- la existencia inefable y estúpida (la del camarero, por supuesto) en un vector de mutuo reconocimiento hegeliano; el que se sentía incómodo dentro de "los límites prescritos a los humanos por la estética trascendental" [p. 39]; un Lacan que "tenía gusto por lo real" (sic) [p. 27] y que era, en suma, rebelde e insurrecto hasta en sus gestos más cotidianos. Ansina pues, la foto no podía resultar más lacaniana, ni estar ausente el punctum donde el a minúscula haría refulgir su destello ciego y enceguecedor. Todo lo cual, huelga decirlo, sí que hace lazo y seduce. Si hace 80 años Ortega y Gasset situaba "La rebelión de las masas", Jacques-Alain Miller dirige hoy sus esfuerzos -así lo dejó en claro al fundar la U. P. J. L. - a la educación de las masas. Un proyecto que, bien visto, estaba inscrito y anunciado hace 30 años en el slogan del primer boletín de la Cause Freudienne: "Here comes everybody". Si alguien me preguntara cómo ha de leerse esta Vida de Lacan, escrita para la opinión ilustrada (según reza el subtítulo, yo le llamaría: o el arte de sepultar un nombre sin caerse en la tumba), diría que el propio Miller nos brinda la clave en los últimos párrafos, cuando cita a Leo Strauss (¿cómo lo leo, Leo?) y su célebre ensayo: La persecución y el arte de escribir. Es decir que estamos ante un opúsculo que es preciso leer entre líneas: "de modo que solo sea oído por aquellos que deben oír." [p. 43] (¡Oh analistas del mundo, venid, creced y multiplicaos!). Y sin embargo, Miller escribe: "no puedo dejar de pensar a propósito de él [Lacan] en la Carta a los Corintios -«Me he hecho todo para todos, para salvarlos a todos»". Cito el inicio de la coda final:
"...él [Lacan] era tú. Venía a buscarte allí donde estabas, tú, con tu propio cortejo, séquito, tu equipaje de prejuicios, y tus maletas de ignorancias, y tus pocos residuos de nociones vagamente adquiridas en los bancos de la escuela. Él no veía en su auditorio un Otro ideal, se dirigía a los que estaban ahí, a fin de llevar a ese pequeño pueblo a comprender lo que él había comprendido, ya que esta transmisión formaba parte de su felicidad..." [p. 43]
Después de leer palabras semejantes y en tal tono (digno de una Pastoral), ¿quién podría declinar la invitación a Formar-se o a Formar-Un-Cartel la próxima vez que -en un quartier parisino, una favela brasileira, un barrio marginal cualquiera o un e-mail de cualquier rincón del mundo- se aparezca un representante de la Orientación lacaniana, con frecuencia enfundado en su traje de plus-un? Sospecho que no-todo(s), pero quizás al-menos-uno. No puedo más que invitar entonces a la lectura de esta Vida de Lacan. Léanla (no sin su Strauss bajo el brazo), se hace de un tirón y (en la edición porteña) son 44 páginas. Verán que, en su naturaleza capicúa, de serpiente engullendo su cola, algo revela esta cifra de lo que viene tramado en el vínculo Miller-Lacan, así como de aquello que -en la enseñanza de cada uno- venía entramado desde antes.
J. A. Miller, Vida de Lacan, Grama Ediciones, Buenos Aires, 2011. Trad. Miquel Bassols y Silvia Tendlarz
Harpócrates |
J. A. Miller, Vida de Lacan, Grama Ediciones, Buenos Aires, 2011. Trad. Miquel Bassols y Silvia Tendlarz